Hoy me he levantado tras una noche de tormenta, tras varios días de intenso calor por fin nos acaricia cada una de las partes de nuestro cuerpo una agradable brisa con olor a laurel y pino. Normalmente en medio de la ciudad los olores quedan suprimidos por el olor de azufre y dióxido de carbono que normalmente inunda el aire con un olor pesado y gris.
Por fin hoy las sábanas no se me han pegado a mi cuerpo y he podido deshacerme de ellas rápidamente y activarme para el día que me espera, aunque la ciudad parezca que esté en un estado comatoso, aún seguimos microorganismos reactivando su flujo vital, microorganismos que deseamos desvanecernos entre la gran multitud cuando toda esta vuelva a la normalidad.
Pues son vacaciones y desplazarse por Barcelona estos días es genial y más con la moto. Por la mañana es una auténtica partida de tron, las calles rectas hacen que puedas divisar el horizonte y calcular al microsegundo el estado de los semáforos sin tener en cuenta los pesados obstáculos de metal que entorpecen el tráfico y convierten esta ciudad en una ciudad un poco mas odiosa.
Te paras expectante frente la luz roja, respiras fuertemente dentro del casco ya que por la mañana el aire aún es un poco frío. La luz de los peatones empieza a parpadear y pongo la primera y clavo fijamente mi mirada en el semáforo esperando la luz verde que me indica la posibilidad de empezar mi microviaje hasta el próximo sistema de control de borregos.
Los pies de repente dejan de tocar el suelo, tiro adelante mi cuerpo para que el aire pase por encima de mi cabeza y mi pecho no cree resistencia, mi mano derecha le da con fuerza al acelerador y cuando la moto ruge como un león de forma sincronizada la parte izquierda de mi cuerpo realiza su labor de aumentar de marcha y así hasta que la moto llega a la velocidad que deseo.
De repente ves como los árboles, las casas, la gente, pasan por tu lado como si todos fuésemos invisibles, anonimato total. Poco a poco pero vas cruzando calles y en unos breves instantes te vienen a la cabeza viejos recuerdos que ahora inevitablemente se han desvanecido.
De repente la luz se hace mas intensa y las calles se ensanchan, ya estoy en la mitad del camino y ya queda menos para llegar a la destinación, pero el viaje aún no ha terminado. Al ser una calle mas ancha también hay mas coches y tienes que ir sorteándolos para no encontrarte con un semáforo en rojo y demorar tu llegada al destino, así es cada día y así tiene que ser.
Final de la calle, una curva de 90º acecha y varios coches quieren pasar por ahí y se convierte en una sangrante batalla para ver quien pasa primero, incluso en agosto, es como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo de quedar ahí en aquella esquina “oye! quedamos a las 7 y 25 a aquella esquina que hay después de la gasolinera!” sorteo los coches y pongo mi maquina al tope para huir de aquel pequeño atasco y seguir con mi trayecto que se convierte en un continuo cambio de carril, ahora a la izquierda, ahora a la derecha, … siempre controlando la trayectoria imprevisible de los conductores de coches. En realidad no te fijas en lo mal que conducimos en coche hasta que no pillas una moto.
Mi viaje llega al final del trayecto y el olor a pino es cada vez mas intenso, cruzo la valla sin parar del todo la moto y la sorteo por el lado (el día que la abran y pase en aquel momento por ahí me meto una torta que me tienen que mandar directo al hospital! suerte que queda cerca!).
Aparco la moto y esta empieza a crujir por la dilatación de sus componentes mecánicos, le pongo el pie, pero como mis fuerzas por la mañana no están del todo desarrolladas me cuesta un montón levantar la moto, es como si su peso se hubiese multiplicado por diez.
Mi respiración vuelve a ser de nuevo intensa mientras me saco los guantes y guardo la llave en un bolsillo, entro en medio del parque dirección al edificio donde trabajo al mismo tiempo que me desabrocho el casco, miro lado a lado y me lo saco. Antes de subir las escaleras meneo fuertemente mi cabeza para poner los pelos de mi cabeza a su debido sitio y al cruzar la negra puerta empieza otra realidad…
¡Genial la descripción del viaje y la analogía con Tron!